A cielo abierto y el mar II

NOVIEMBRE

7 de noviembre de 2021

Apenas unas huellas en la arena, las casetas cerradas invitan a ese juego de ausencia que las hace visibles.

Clavada en la arena trazo las dunas hoy, de norte y sur. Al fondo el mar, azul intenso, inmenso.

Olvidé el pincel y una yerbita seca me ayuda con las sombras y las líneas de grafito acuarelable.

13 de noviembre de 2021

Levante moderado.

Una leve hilera asalta la orilla, lectores, paseantes y alguna familia asoman a lo lejos. El chiringuito del hotel, aún abierto, retiene unos pocos visitantes. Y yo una más en la certidumbre de este otoño cálido, entre juguetes olvidados en la arena.

20 de noviembre de 2021

Poco a poco van desapareciendo los iconos del verano, el temporal peinó la arena y surge de repente en otro paisaje.

Feliz observo una avecilla que acompaña mi paso descalzo por la orilla. Las casetas de madera cerradas cobran aire de nostalgia entre la arena fina, apostadas en las dunas dan cobijo a mi mirada.

Olvidé el pincel de nuevo y las raíces de un supuesto enebro lejano que asoman entre la arena me sirven para untar el grafito, sus tonos ocres dan color al apunte.

Un dolor muscular de intensidad variable incomoda mi asiento en la arena para dibujar y me acuerdo del librito ilustrado de María Hesse sobre Frida Kahlo que tomé prestado en la biblioteca. Dibujando se olvida.

«No hay que comer», decía un maestro pintor chiclanero cuando se refería al paso de las horas ante un lienzo.

27 de noviembre de 2021

Mientras camino voy construyendo esta suerte de semanario que surgió espontáneamente al comienzo del otoño.

Ya de vuelta, aprovecho un banco en el camino para intentar escribir lo que el olvido se afana en llevarse al paso de las horas.

El frío gélido atrae ya pocos visitantes y sin embargo permanecen algunos paseantes esporádicos. El viento desfigura sus siluetas a lo lejos y alimenta pequeñas escenas teatrales con guiones exentos de lo cotidiano.

Hoy planté algunos bulbos y semillas de pancracio que el temporal dejó al aire, cavé  en la arena con una piedra arenisca para enterrarlos.

El recuerdo de una historia que prodigo en el aula en otra suerte de siembra, «El hombre que plantaba árboles» del autor francés Jean Giono. Me trae la figura del pastor Elzéard Bouffier quien repobló en solitario un desolado valle cerca de la Provenza hasta convertirlo en un bosque. 

Me acerqué al gran enebro que creció en una duna cercana al búnker.

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